El fanático

El fanático

[quote]“La persona humanista y civilizada pide las cosas por favor, el terrorista las exige por pavor”.
Fernando Savater[/quote]

Salvador Hernández Vélez
Salvador Hernández Vélez

Hoy Bélgica vive algo análogo a lo ocurrido en Nueva York en 2001; en Madrid en 2004; en Londres en 2005, y París dos veces en 2015. Sin duda estamos ante una amenaza que ya no se puede negar. Siria, Irak, Yemen, Afganistán y Libia, lo padecen día a día, hora tras hora.

Los muertos no se cuentan por docenas, sino por centenas. O lo que se vive en muchos países latinoamericanos, una especie de guerra de baja intensidad, con la guerra declarada al crimen organizado ¿Quién sale ganando con estas guerras? ¿Quién vende las armas que se usan en ellas? ¿A dónde van los dólares que se gastan en la compra de estas armas? ¿Se trata de incorporar el miedo en la vida cotidiana? ¿Quién gana con esto?

Hace unos días los bruselenses no podían creerlo, en el metro y en el aeropuerto de Zaventem, se enfrentaban al fanatismo, al espectro virulento de la guerra. A todos ellos, y a los europeos en general, les acababan de declarar la guerra. Los atacantes se inmolan en nombre de su Dios y de una organización que puede ser Al-Qaeda o el Estado Islámico, de ello dan cuenta los medios, en especial las redes sociales. No dan la cara. Estos atentados muestran un nivel de elaboración y sincronización pocas veces vistos. De ningún modo esos atentados pudieron haber sido organizados por un grupo de espontáneos. Con el ingrediente de que son europeos, de origen musulmán, que en su creencia han encontrado una razón para morir, ya que en sus países no les habían dado ninguna para vivir.

Por otra parte, la ineficacia de la seguridad belga y europea ha quedado deplorablemente expuesta: más de cuatro meses en la búsqueda desesperada de un hombre, Salah Abdeslam –el principal sospechoso de haber liderado la banda salafista que produjo los hechos del viernes 13 de noviembre de 2015 en Paris–, sin haberse cruzado con una sola pista de que estos atentados ya estaban en curso: ¿Ni una llamada telefónica, ni un mensaje de texto, fueron interceptados?, ¿nada?, ¿nada de nada que los hiciera sospechar? ¿Esto exhibe a los países europeos como estados fallidos?

Abdeslam, perseguido por todos los servicios secretos, por lo menos de Occidente, no solo no se había fugado, como se creía, a Turquía, Siria o Marruecos, si no que durante estos últimos cuatro meses vivió donde lo había hecho prácticamente toda su vida, en el barrio bruselense de Molenbeek. Haber demorado tanto tiempo en capturarlo, siendo un hombre con escasos recursos, sin mayor estructura, ya que Abdeslam no era Bin Laden, sino un pobre desesperado atrapado en su propio barrio, su único refugio, su único cobijo. Estamos ante una terrible realidad, nuestras sociedades son cada vez más vulnerables y cada vez es más sencillo hacer más daño con menos medios. Ningún sistema de gobierno, ninguna estructura policial, ninguna tecnología podrá impedir que un puñado de terroristas bien organizados revienten un vagón de metro en hora punta, barran con dinamita la plaza de un mercado o vuelen un museo. Así las cosas, no podremos impedir el próximo atentado.

Todo esto me lleva al planteamiento de Fernando Savater en su libro “Voltaire contra los fanáticos”. En el texto, el autor nos dice que el dogma de fanatismo se expresa en lo siguiente: “Cree lo que yo creo y lo que no puedas creer, o perecerás; cree o te aborrezco; cree o te haré todo el daño que pueda”. Aunque con la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría se planteó que terminaban las ideologías y que ya solo quedaban las metodologías, porque ya no había de otra sopa, más que capitalismo, por lo que solo habría que analizar en cada país cómo implementarlo. Pero se olvidaron de los fundamentalismos. Y todo estos atentados nos están demostrando, dos siglos y medio después, que el dogma del fanatismo está más vigente que nunca.

Para finalizar, dejo la siguiente cita de Savater: “El fanático es quien considera que su creencia no es simplemente un derecho suyo, sino una obligación para él y para todos los demás. Y sobre todo, está convencido de que su deber es obligar a los otros a creer en lo que él cree o a comportarse como si creyeran en ello. Con demasiada frecuencia, el fanático no se conforma simplemente con vociferar o lanzar inocuos anatemas, sino que aplica medios terroristas para imponer sus dogmas…”.

jshv0851@gmail.com

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