La honradez en el servicio público

La honradez en el  servicio público
Tomas Bermúdez Izaguirre
Tomas Bermúdez Izaguirre

Lo honrado, lo real, lo genuino y auténtico, la buena fe se enfrenta en desventaja en nuestro tiempo a lo deshonesto, lo falso, lo impostado, lo ficticio. La honradez, que expresa respeto por uno mismo y por los demás, se opone a la deshonestidad que no respeta a la persona misma ni a los demás. Sin embargo, la honradez tiñe la vida de apertura, confianza y sinceridad y expresa la disposición a vivir a la luz. Por el contrario, la deshonestidad busca la sombra, el encubrimiento, el ocultamiento… Es una disposición a vivir en la oscuridad. ¿Por qué alguien querría ser deshonesto?

Es una pregunta que el satirista irlandés Jonathan Swiff expone mordazmente en “Viaje a los Houyhnhnms”, en “Los viajes de Gulliver”. Los Houyhnhnms eran criaturas tan racionales que la deshonestidad les resultaba casi ininteligible.

Como uno de ellos le explicaba a Gulliver, “el uso del lenguaje está destinado a lograr la mutua comprensión y a recibir información sobre los hechos; si alguien dice cosas que no son (rebuscada locución de los Houyhnhnms para referirse al decir mentiras) se frustra esa finalidad”.

La deshonestidad no tendría ningún papel en un mundo que reverencia la realidad y que estuviera habitado por criaturas plenamente racionales. Los seres humanos, sin embargo, no son plenamente racionales como Swiff se regodeaba en señalar. Los humanos, a diferencia de los Houyhnhnms, abrigan una variedad de tendencias e impulsos que no armonizan espontáneamente con la razón. Los seres humanos necesitan práctica y estudio para convertirse en personas íntegras y benévolas.

Y en el ínterin hacen cosas que la prudencia les aconseja ocultar. Mentir es una fácil herramienta de ocultamiento y cuando se emplea a menudo pronto degenera en un vicio maligno. La honradez es de suma importancia. “Odio como las puertas de la muerte al hombre que dice una cosa pero oculta otra en el corazón”, exclama el angustiado Aquiles en la Ilíada de Homero Toda actividad social, toda empresa humana que requiera una acción concertada, se atasca cuando los partícipes no son francos.

Es la honestidad que buscaba el profeta Jeremías “¡Recorre las calles de Jerusalén, mira en derredor y observa! Busca en las plazas y encuentra una sola persona que actúe justamente y busque la verdad”. Es la honradez que el filósofo cínico Diógenes buscaba más tarde en Atenas y Corinto, una imagen que ha resultado ser notablemente duradera: “Con vela y farol, cuando brillaba el sol, busqué hombres honestos, más no pude encontrar ninguno”. ¿Cómo se cultiva la honradez?

Es la pregunta que muchos se pueden hacer a estas alturas. Como la mayoría de las virtudes, conviene desarrollarla y ejercitarla en armonía con los demás.

Cuanto más se ejercita, más se convierte en una disposición afincada. Pero, además, no sólo porque facilite las relaciones interpersonales y comunitarias, debemos valorar la honradez en sí misma. “La honestidad es mejor que toda política”, como señaló un filósofo. La verdad se debe mantener como postura ética, no por conveniencia practica y el desarrollo moral no es un juego, sino que informa la clase de persona que uno es.

Pulcro prototipo que en estos días nuestra “clase” política predica a nuestros hijos, a nosotros los de la raza de bronce, tan vituperados por la historia, por el extraño, y ahora por los demócratas amorales y timoratos de partidos “sectarios” y alianzas perversamente ambivalentes que una vez demuestran que el poder lo ostentan para beneficio personal… Via hostibus qua fugiant munienda “a enemigo que huye, puente de plata”.

Comentarios: tomymx@me.com

Leave a Reply

Your email address will not be published.