Un México limpio

Un México limpio

[quote]”Ne quid nimis” Nada en demasía[/quote]

Tomas Bermúdez Izaguirre
Tomas Bermúdez Izaguirre

Por: Tomás Bermúdez Izaguirre

Cuando hablamos de un México moralmente limpio no nos referimos tan sólo a la corrupción connatural al régimen de partidos o a la corrupción e impunidad de la clase política.

Incluimos, porque ello es básico, la limpieza moral del ordenamiento jurídico, que no puede elaborarse sin tener en cuenta la ley divina revelada, ni el “ordo naturae”; la limpieza moral en las costumbres, es decir, la cala social de ese ordenamiento que no ha ser sólo letra que envejece, sino espíritu nacional vivificante; y la limpieza moral, en fin, en los comportamientos institucionales e individuales.

Una sociedad digna para potenciar un sistema escolar para preparar ciudadanos, no sólo bien informados, sino bien formados, no sólo instruidos, sino educados, es decir, con ideas veraces y claras, con valoraciones éticas seguras, con voluntad y carácter para el enfrentamiento con la vida. La educación como derecho de los padres cuidada por todos, incluido el Estado.

Nosotros queremos un México políticamente unido, lo que es lo opuesto a un México uniformizada.

La fórmula precisa requiere la unidad en la diversidad y la diversidad en la unidad. Si la unidad no es uniformidad, tampoco la diversidad puede ser dispersión. En nuestro pueblo, que tiene, como todos, sus virtudes y sus defectos, la apelación a la unidad -por nuestro carácter ácrata (no confundir con anarquista)-, urge más que nunca, cuando las fuerzas partidarias del desgarro han hecho posible que los textos constitucionales pretendan la conjugación imposible de la Nación.

Esta unidad política exige una revisión a fondo del régimen de partidos y la puesta en marcha de cauces auténticos de representación en los que los intereses partitocráticos se sustituyan por una democracia social que recoja los anhelos legítimos de las instituciones de libertad es porque se carece de ella. Cuando se habla mucho de solidaridad es porque ha dejado de existir.

La solidaridad pide la justicia social, y la justicia social no consiste sólo en dar a cada uno lo suyo sino en proporcionarles lo que merezca y necesite; y no necesita lo mismo el niño que el anciano, el que trabaja en el hospital que el profesional del deporte, el que tiene familia numerosa y el que no la tiene. Y no se merece lo mismo el que se haya en desamparo sin culpa que el aprovechado sin escrúpulos que al fin sufre las consecuencias de su mal comportamiento.

Un México socialmente justo no puede aceptar la miseria sin hacer lo posible y lo imposible para marginarla. Ni el desempleo ni la marginación puede dejarnos indiferentes. Sobre la totalidad de la riqueza hay una servidumbre tácita a favor de los pobres, pero también hay el deber de un juego limpio por parte de la administración y de quienes se benefician de esa servidumbre.

Si la recepción de las pensiones, los seguros sociales, las subvenciones, etc… son fraudulentas o un procedimiento electoralista de la administración el objetivo se corrompe y supone una gran injusticia para quien ha trabajado y contribuido para crear esos fondos malversados hay que distinguir entre la asistencia y la seguridad social.

Esta supone un contrato bilateral que ambas partes han de cumplir en justicia.

Aquella, que no exige contrato de ninguna clase, se ha de prestar, en razón de la dignidad intrínseca del hombre, a los que por circunstancias distintas se haya en una situación de abandono y miseria.

Pero para que lo anterior se cumpla y así salvarnos de la creación de una sociedad injusta, hacia donde vamos, donde unos cuantos posean la mayoría de los bienes, muchos trabajen en un régimen de precariedad laboral, con todas las consecuencias de carácter familiar que implica, y una parte sustancial de la sociedad sea excluida del todo con la aceptación implícita de esto como inevitable sólo sirve un cambio radical de legislación y comportamientos administrativos tengamos un sentido providencial de la historia, de nuestra historia concreta.

Y difundamos los valores del derecho natural hasta que vuelvan a informar la sociedad, sustituyendo una civilización arruinada con legislaciones y comportamientos necrológicos, por una alegre civilización de la vida donde México se hallará en el trance glorioso de reencontrarse en la moralidad. “Ne quid nimis” Nada en demasía.

Comentarios: tomymx@me.com

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